Este año se ha celebrado en Milán la Exposición Universal con un tema central que invita a la reflexión más profunda: «Nutrir el planeta, energía para la vida». Sin embargo, entre los 131 países participantes durante los seis meses de este encuentro internacional he encontrado poca reflexión sobre el asunto. Las exposiciones universales se celebran desde el siglo XIX con la idea de dar al mundo una visión de los avances tecnológicos en cada país. Con el paso del tiempo y las nuevas tecnologías, la celebración de estas exposiciones ha perdido la idea de novedad, pero ha mantenido la atención de muchos ciudadanos (en Milán, 130 millones de personas) dispuestos a desplazarse para ver qué cuenta en cada pabellón cada país y la mayoría, lo que hace es propaganda de sí mismo o lo que se llama con el eufemismo «marca país».
Dentro de este espacio gigante de estructuras que se vislumbran ya inservibles cuando acabe esta Expo2015 el 31 de octubre, me gustó el pabellón del Reino Unido porque estaba enfocado solo a un aspecto de la vida que puede explicarlo todo: las abejas. En los últimos años, mueren, se desorientan y desaparecen y nadie sabe por qué. Solo se puede explicar por la contaminación y todo lo que alteramos el medio ambiente. Sin embargo, sin las abejas, sin estos insectos no existiría la polinización y sin ella, la reproducción de las plantas y sin plantas, poco duraríamos los humanos. Según Einstein, tras la muerte de la última abeja, el ser humano solo duraría cuatro años más.
Las plantas de la campiña inglesa a la altura de nuestro ojos (como si fuéramos abejas) abren el pabellón al que se accede como una abeja de forma zigzagueante. En el centro una estructura que recuerda la geometría de un panal y las bombillas que indican la actividad de un panal real en Inglaterra. Conocer la comunicación de las abejas escuchando y sintiendo sus vibraciones fue un paso más para cuando me encuentre con uno de estos insectos, lejos de salir despavorida, lo observe con respeto y agradecimiento.
Ya solo por eso me valió la visita a la Expo. Sin embargo, había que comer y elegí el bar de tapas de España, regentado estos meses por el grupo Sagardi. Los precios de las raciones eran altos, pero en una Expo es lo habitual. Paella, patatas bravas y tortilla eran las tapas más solicitadas por los afortunados y estoicos visitantes que conseguían tras un buen rato de espera en la cola sentarse a las mesas corridas del salón.
Yo pedí como una visitante más un plato de paella que no estaba nada mal y mi acompañante un entrecotte que estaba muy bueno, todo con un vino de Menorca.
¿Y el pabellón de España? Pues poco que contar. Un espacio cerrado con muchas proyecciones de imágenes de nuestra diversidad paisajística y agronómica, y unas fotos de cocineros, entre las que no faltaba Ferran Adrià. Lo que más me divirtió fue ver en una mesa la proyección simultánea de la ejecución de varias recetas, en un lado de forma tradicional y en el otro siguiendo la vanguardia. Como plato fuerte, el pabellón ofrecía a los visitantes hacerse un selfie que luego sale proyectado en un plato en una sala con efectos audiovisuales.
Esta es una crónica de Yanet Acosta. Si deseas información sobre la formación en géneros del periodismo gastronómico: