Nuestra última sesión del Club de lectura de The Foodie Studies de este mes de noviembre estuvo dedicada a la escritora francesa de principios del siglo XX Colette, quien centró su obra en sus obsesiones vitales: libertad sexual, amor a la naturaleza y a los animales y pasión por la gastronomía.
La pasión por comer y también por beber vino se despertó en ella desde la infancia gracias tanto a su madre como a su padre, para quienes esta bebida alcohólica suponía un impulso al crecimiento y a la salud de la niña Colette. Y así es que ella recuerda:
«He consumido lo más granado de la bodega paterna, vasito a vasito, delicadamente…»
Con solo 3 años Colette probó de la mano de su padre el Muscat de Frontignan, el vino dulce natural de una de las regiones vitivinícolas más antiguas de Francia y al que se le conocía como un vino de reyes dada la popularidad que tuvo entre las cortes europeas a lo largo de los siglos XVII y XVIII.
Su madre Sido acostumbraba a darle vino a la niña Colette para merendar durante toda su infancia y buena parte de su adolescencia con la idea de que la fortalecería, ya que estaba convencida como muchas personas de esta época de que un poco de vino tonificaba a los niños, les hacía estar menos pálidos y les ayudaba en su crecimiento. Pero Sido no le ofrecía a Colette cualquier vino, sino que quiso que su paladar fuera descubriendo algunos de los mejores vinos franceses como los Yquem o los Lafite y grand crus como los de Chambertin en la Côte de Nuits o los tintos de Corton en la Côte de Beaune que ya Voltaire en 1759 bebía en secreto mientras a sus invitados les servía un «Beaujolais bastante bueno» durante los años que vivió en Ginebra.
Ya de adulta, en la jerarquía de placeres de Colette, el vino se situó en los primeros puestos poniendo su escritura al servicio de su divulgación.
«Es tarde y mi cena me espera. Esta noche no es una verdadera cena. Tengo algunas castañas grandes hervidas, un corazón de lechuga y, para terminar… un pequeño cuenco de terracota, lleno de vino joven, color rubí, endulzado con canela, ocho granos de pimienta y un solo clavo. Cuando lo vierta, mientras hierve, en un bol de paredes gruesas, colocaré sobre el vino humeante una tostada de pan casero, humedecida con buen aceite de oliva, y no le daré tiempo al pan a que pierda su consistencia crujiente. Esta sopa de vino es más vieja que Matusalén. ¿Qué si está buena? Pruébela señora. Y no se olvide de las castañas»
La sopa de vino fue una de las muchas sugerencias culinarias que publicó para las lectoras de Marie-Claire, una revista que antes de la Segunda Guerra Mundial ya contaba con un millón de lectoras.
Pese a su pasión por el vino y su pronta iniciación en el alcohol, Colette defendía su consumo con moderación unido a la gastronomía y a la buena compañía o, en ausencia de ella, sugiriendo saborearlo a pequeños sorbos como se disfrutan los vinos de meditación.
Entre muchas de sus recomendaciones, nos dejó este sencillo consejo:
«No aleje a los principiantes del conocimiento y del placer de descubrir el vino utilizando un vocabulario reservado sólo a los iniciados: simplemente hable de sus vinos»
La novelista, ensayista, columnista, guionista y artista francesa acercó el vino a sus lectores sin necesidad de utilizar términos propios de un glosario de cata. Ella no aburría cuando hablaba de vinos y por eso consiguió transmitir el placer de beberlo, de compartirlo, de disfrutarlo, de acompañarlo con un plato o simplemente con un libro. De hecho, se hizo fotografiar cocinando, cortando pan, comiendo y bebiendo para reivindicar el disfrute de la mujer ante un plato o ante una copa de vino y explicaba que si hubiera tenido un hijo le hubiera advertido que desconfiara de aquella chica a la que no le gustara ni el vino, ni las trufas, ni el queso, ni la música.
Debido a que aquí en España tendemos a confundir la palabra gourmand con gourmet, la traducción de su ya popular «j’aime être gourmande», reivindicación que constantemente hacía como amante de la buena mesa, dio para comentarla en petit comité una vez apagadas las cámaras y finalizado el club. Según la RAE, un gourmet es una persona de gustos exquisitos en lo relativo a la comida y a la bebida y la palabra francesa gourmand designa, en cambio, a quien aprecia y disfruta con los buenos manjares. Si bien gourmande puede ser también traducido como golosa, glotona o comilona, buscamos la definición de disfrutón, na y al leer dicho de una persona: Que tiene una gran capacidad de disfrute, las dudas que podía generar la traducción quedaron resueltas.
Colette era una disfrutona de la cabeza a los pies, le gustaba serlo, y por eso su prosa era tan carnal, sensual y, por supuesto, placentera.
De este club de lectura ha salido la siguiente ficha de Prisiones y paraísos (1932):
Lo mejor: Ser disfrutona es una actitud ante la vida y saber contagiarla a través de la escritura es todo un arte.
Lo peor: Gran parte de su obra en español está descatalogada (aunque se encuentra fácil en segunda mano) y algunos de sus trabajos aún no han sido traducidos del francés.
Lo que aprendimos: Se puede escribir sobre platos y especialmente sobre vinos sin ser distantes ni aburridos con una jerga de cata lejana al lector.
Lo que nos deja: Ganas de disfrutar de la gastronomía y de los vinos como ella lo hacía y nos transmitía en sus textos.
Te esperamos el próximo 11 de diciembre de 2023 a las 19 horas en nuestro Club de Lectura en el que hablaremos de Mejor oler a mar. Apuntes sobre la descolonización del estómago de Ana Luisa Islas.
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