Yanet Acosta

Resumen

La gastronomía aparece como recurso desde los orígenes de la Literatura. Tomamos como ejemplos diversas obras de importancia en la historia para mostrar cómo ha sido utilizada por los autores.

Palabras clave

Literatura, gastronomía, novela negra gastronómica, herramientas literarias

Introducción

Desde la Epopeya de Gilgamesh en la literatura hay tres constantes: el sexo, la comida y la muerte. Tanto la muerte como el sexo son temas que se captan al instante por el lector, sin embargo, la comida pasa desapercibida, como un recurso menor dentro de la trama. No obstante, cuando el lector se detiene puede percibir que muchos de los pasajes en los que se habla de gastronomía en la literatura, no son ni fortuitos ni gratuitos.

A través de la gastronomía los autores consiguen describir un personaje sin decir, ya que lo que comemos y cómo lo hacemos, nos define. También se consigue a través de la gastronomía describir una sociedad o dar una opinión directa o indirecta sobre ella.

En ocasiones, las novelas tienen un objetivo didáctico en lo que a cocina se refiere y por ello aparecen recetas o nombres de platos con los que los personajes se deleitan o se disgustan porque les recuerda a algo. Y es que la comida es un estado de ánimo y también son muchas las ocasiones que a través de ella se puede acercar al lector en qué situación se encuentran los personajes.

Además, los momentos de la comida, especialmente los de la cena, son idóneos para que una acción o un encuentro, que será crucial para el resto de la trama, ocurra.

Otras de las utilizaciones de la gastronomía en la literatura pueden ser para mostrar la violencia o, simplemente, para contraponer la violencia a la normalidad vital con la que se recibe.

En las novelas el hambre también es gastronómica, pues a través de los ojos de un personaje hambriento se desata el deseo de comer y una mirada que va más allá mostrando la injusticia. La ironía y el humor también pueden introducirse en pasajes gastronómicos y, en ocasiones, puede ser hasta una forma de cómo medir el tiempo.

1. Desayuno, almuerzo o cena: momento álgido de una novela

El momento elegido por los escritores para determinar un momento álgido de sus novelas suele ser la cena. En el caso de Extraños en un tren de Patricia Highsmith, el momento central es el encuentro de sus dos protagonistas, dos extraños que cenan juntos en un tren.

“El camarero con una bandeja cubierta con una tapadera de peltre en un instante les instaló la mesa. El aroma de la carne asada sobre carbón vegetal le dio ánimos. Bruno insistió tanto en pagar la cuenta, que Guy accedió a ello sin oponer más resistencia. Para Bruno había un enorme bistec cubierto de setas; para él, una hamburguesa”.

En una novela como No apto para mujeres de P.D. James la cena le da la pista fundamental a la investigadora, pues aunque todo apunta a un suicidio, incluso la policía así lo cree, Cordelia se pregunta cómo una persona que va a suicidarse se prepara un estofado de buey para antes de morir:

“La marmita estaba aún sobre el hornillo y llena hasta el borde. No era una comida recalentada que hubiese quedado de la noche anterior. Esto seguramente indicaba que no tomó la decisión de matarse hasta después de haber preparado el estofado y haberlo puesto sobre el hornillo para que se cociese. ¿Por qué había de molestarse en preparar una comida si sabía que no iba a estar vivo para comer?”

2. Identificar al personaje por lo que come y cómo lo come

Ya viene de la literatura clásica identificar a los personajes por lo que comen. El caso más conocido es el del Quijote, al que Cervantes define en el primer párrafo del libro por lo que comía:

“En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda”.

También lo hace  Joyce para dar a conocer a su personaje principal en Ulises:

 «El señor Leopold Bloom comía con deleite los órganos interiores de bestias y aves. Le gustaba la sopa espesa de menudillos, las mollejas, de sabor a nuez, el corazón relleno asado, las tajadas de hígado rebozadas con migas de corteza, las huevas de bacalao fritas. Sobre todo, le gustaban los riñones de cordero a la parrilla, que daban a su paladar un sutil sabor de orina levemente olorosa».

Es magistral como define también su personaje desde el primer capítulo del francés Jean-Patrick Manchette en su novela Fatal. Se trata de una guapa mujer rubia, que pese a tener una imagen delicada, comiendo en la intimidad revela quién realmente es:

“Abrió la tapa del calientaplatos y apareció la choucroute. La mujer se dedicó a engullir col picada, salchichas y tocino. Comía a grandes bocados, rápido y haciendo ruido. Le resbalaba salsa por las comisuras de los labios. Algún trozo de col que se le escapaba del tenedor o de la boca iba a caer al suelo o bien le quedaba colgando del labio inferior o de la barbilla. Los dientes de la mujer eran visibles durante la masticación, porque los labios le quedaban recogidos. Bebió champán. Terminó muy pronto la primera botella. Cuando descorchó la segunda, se pinchó el pulgar con el alambre y le brotó un poco de sangre escarlata. Hipó porque ya estaba borracha, se chupó el pulgar y se tragó la sangre”.

3. Identificar la sociedad

Los comentarios de los personajes de una novela sobre la cocina, los restaurantes o simplemente sobre las dotes culinarias pueden mostrar cómo es una sociedad. En el caso de Vivir de Noche de Dennis Lehane, una novela negra inspirada en los años 20 en Estados Unidos, un gánster le pregunta  a su chico sobre su nueva novia:

-¿Sabe cocinar?

-Sí -afirmó Joe, aunque la verdad es que no tenía ni idea.

-Eso es importante. Da igual si lo hacen bien o mal, lo que cuenta es que se pongan.

En El largo adiós de Raymond Chandler aparece este afilado comentario en boca de uno de sus personajes:

“Los americanos se comen cualquier porquería con tal de que esté tostada, sujeta con un par de mondadientes y se le salga la lechuga por uno de los lados, mejor aún si está un poquito lacia”.

Carvalho, el detective de Vázquez Montalbán, en el cuento “El barco fantasma” que se encuentra en la colección Historias de fantasmas habla del proceso en el que se encontraba la sociedad canaria en los años 80 con la apertura al turismo y a los productos internacionales.

-¿Por dónde vamos a empezar?
-Por unas papas arrugadas con mojo. ¿Dónde se puede comer cocina canaria?
-Yo como en casa y me parece que como canaria, si gusta.
Muchas gracias, pero me tienta un restaurante.
-Pruebe en La Caseta de Madera, allí tienen buen pescado de por aquí, la sama, la vieja y mojos. Los restaurantes son poco aficionados a la cocina canaria. Hay muchos regentados por extranjeros. La gente va olvidando la propia cocina. Cuando yo era niño se comía hasta la sarda.
-¿Qué es eso?
– Es un tiburón de por aquí. Estas aguas son muy ricas, porque tiene usted aguas frías y calientes, según las corrientes. Hay peces como la sama o la vieja que son de aquí, a la vieja también la llamamos pez loro. Pero es que también se dan atunes, caballas, bonitos, albacoras, barrilotes, petos.
-No siga amigo. Se me hace la boca agua.
Consiguió que le hicieran papas arrugadas y probar el mojo picón y el mojo cilantro; en cuanto a los pescados, había vieja asada, pero no samas; los vinos y los quesos canarios que Carvalho traía en su agenda los tenía el maitre en memoria, pero no entre sus existencias. Para Carvalho fue un síntoma de que las islas se desconocían a sí mismas. Un pueblos que no bebe su vino ni come su queso tiene un grave problema de identidad. (“El barco fantasma”. Historias de fantasmas, 1987).

 4. El deleite de lo que se come. La función pedagógica

Carvalho de Manuel Vázquez Montalbán es uno de los personajes que más deleita con  los platos que comemos con él en sus novelas. Guisos catalanes, platos del resto de España, de Argentina o de Tailandia. De ellos, nos ofrece cómo saben o incluso cómo se hacen, pero también en sus palabras hay una función pedagógica, no solo con la comida, sino también con el vino -tanto de calidad como popular- o con los cócteles, como el Singapur Sling, uno de sus favoritos.

Salvo Montalbano, el inspector del escritor italiano Andrea Camilleri, hecho a imagen y semejanza de Carvalho, también deja muchas escenas de deleite y de pedagogía culinaria. En La forma del agua, por ejemplo, dice:

“Le sirvieron salmonetes de roca fresquísimos, fritos hasta quedar crujientes y dejados un rato sobre papel de estraza para que soltaran el exceso de aceite”.

5. Las recetas

Hay muchas recetas de platos en la literatura. Sin embargo, si hay una receta rupturista y provocadora es la que da Herman Melville en Moby Dick:

“Las marsopas están consideradas como plato exquisito desde el punto de vista gastronómico. La carne se prepara en bolas del tamaño de las de billar, y si se sazonan bien con especias pueden ser tomadas por albóndigas de tórtola o cordero, (…) En el caso de la pequeña ballena espermática, sus sesos son considerados un plato delicado. La parte superior del cráneo se rompe con un hacha, y se retiran y se mezclan con harina, con lo cual quedan convertidos en un manjar cuyo sabor es parecido a la cabeza de ternera”.

No obstante, las recetas más recordadas pueden ser las que aparecen en el libro Como agua para chocolate de Laura Esquivel. Toda la novela está redactada a modo de recetario. Cada capítulo es una receta y tras indicar los ingredientes en la «Manera de hacerse» narra cómo se hizo y por qué ese plato y lo que aconteció a los personajes en ese momento de cocinarlo o degustarlo. Entre ellas, destacamos la receta de «Codornices en pétalos de rosa», cuya preparación la autora comienza así:

«Se desprenden con mucho cuidado los pétalos de las rosas, procurando no pincharse los dedos, pues aparte de que es muy doloroso (el piquete), los pétalos pueden quedar impregnados de sangre y esto, aparte de alterar el sabor del platillo, puede provocar reacciones químicas, por demás peligrosas».

También incluye recetas el peculiar libro de Isabel Allende titulado Afrodita. En ellas la narrativa innova el uso habitual del lenguaje culinario en recetarios. Se trata de la «Sopa de la reconciliación»:

«Desde que cumplí diecinueve años he estado casada cada día de mi vida, excepto tres meses de parranda entre un divorcio y el segundo marido. Eso significa que he tenido aproximadamente 16.425 ocasiones de sacar de tino a algún hombre. La creación de esta sopa no es cosa del azar, sino de la necesidad. Es un afrodisíaco prácticamente infalible, que preparo después de alguna pelea fuerte, como una bandera de tregua que me permite hacer las paces sin humillarme demasiado (…).

Ingredientes para dos amantes

2 tazas de caldo (carne, pollo o verdura)
1 taza de champiñones frescos
½ taza de callampas portobello picadas (o ¼ taza secas)
½ taza de callampas porcini picadas (o ¼ taza secas)
1 diente de ajo
3 cucharadas de aceite de oliva
1 cucharada de aceite de oliva trufado
¼ taza de oporto
2 cucharadas de crema agria
Sal y pimienta

Preparación

Si no encuentro callampas frescas y debo recurrir a las secas, las remojo en media taza de un buen vino tinto hasta que se esponjen alegremente, mientras me bebo el resto del vino con toda calma. Luego pico el ajo por el puro gusto de olerme los dedos, porque igual podría usarlo entero, y lo frío junto a las callampas y champiñones en el aceite de oliva, revolviendo con fervor por unos cuantos minutos, no los he contado, pero digamos cinco. Agrego el caldo, el oporto y el aceite de oliva trufado, no todo, dejo un par de gotas para ponerme detrás de las orejas, no olvidemos que es afrodisíaco. Aliño con sal y pimienta, y cocino a fuego suave con la olla tapada hasta que las callampas se ablanden y la casa huela a paraíso.

Al final lo trituro en la licuadora; esto es lo menos poético del cocinamiento, pero inevitable. Debe quedar con una textura algo gruesa, como de lodo, con un perfume que hace salivar y llama a otras secreciones del cuerpo y del alma. Me coloco mi mejor vestido, me pinto las uñas de rojo y sirvo la sopa decorada con crema agria en platos calientes».

6. La violencia

En la cocina se viven algunos momentos violentos, pues en el plato siempre hay un ser muerto. Desde matar a un pollo hasta a un pez puede tener una carga violenta dependiendo de los ojos que lo mire. En el caso de Qiu Xialong en Muerte de una heroína roja son los cangrejos de río los que nos ofrecen un particular episodio de crueldad dentro de la normalidad:

“Hay que mantener los cangrejos de río bien alimentados hasta su muerte. Conservarlos en cubos llenos de sésamo. Así no pierden peso. Es un alimento muy nutritivo para ellos”.

Un momento importante para entender cómo es Driver, el personaje de la novela de James Sallis llevado al cine en 2011 por Nicolas Winding Refn, es el siguiente:

“A Driver no le sorprendió que, una noche, mientras cenaban, su madre se levantara y se acercara a su viejo con un cuchillo en cada mano, el del pan y el de trinchar carne, como si fuera una ninja con delantal a cuadros rojos. Cuando quiso dejar la taza en la mesa, ella ya le había cortado una oreja y le había dibujado una gran boca en el pescuezo. Driver lo vio todo y siguió comiéndose el sándwich de paté con mermelada de menta. Las dotes culinarias de su madre no daban para más”.

Y él cuando mata también pone su parte culinaria:

“Driver dejó la caja con la pizza grande de pepperoni, doble de queso y sin anchoas sobre el pecho de Nino. La pizza olía bien. Nino no”.

7. Estados de ánimo y comida

La gastronomía también es una herramienta habitual para identificar los estados de ánimo de los personajes, una señal de su humanidad. Ejemplos de ello encontramos en:

  • En Con el agua al cuello de Petros Markaris, la esposa del inspector de policía entra en una gran depresión en medio de la depresión económica griega. Su esposo Kostas Jaritos ve su recuperación de la siguiente manera:

«Adrianí está completamente recuperada. Mi diagnóstico no es fruto de un estudio psiquiátrico o simplemente médico, sino de mi olfato. Encima de la mesa de la cocina hay una gran fuente de tomates rellenos».

“Los años del coma fueron también los años de la verdura al vapor. Sólo comía eso. Cada día. Durante diez años”. Hasta que un día volvió al chuletón y, entonces, se levantó y salió del coma.

No obstante, también es un recurso utilizado con mucha maestría para hablar de emociones difíciles de expresar, como la melancolía o el vacío interior. Aquí algunos ejemplos:

  • De forma magistral lo retrata la escritora japonesa Banana Yoshimoto en su novela Amrita:

“El aroma del pan recién sacado del horno suscita en mí, no sé por qué, un sentimiento desgarrador. Reaviva la nostalgia. Quisiera volver a esa mañana centelleante que existe en alguna parte. La imagen contenida en ese aroma es imposible de alcanzar ni aun comiendo toneladas de pan recién sacado del horno”.

  • En Vázquez Montalbán en su novela Quinteto de Buenos Aires encontramos un pasaje de fuerte melancolía desatado gracias a la cocina:

“En el comedor la mesa esta puesta. Un solo plato, un solo cubierto, una cazuela de arroz con bacalao, la botella de vino destapada, el vaso. (…) Al volver la vista hacia la mesa cree percibir el reclamo del aroma del guiso, pero no le despierta otro sentido que el de la nostalgia, un fogonazo en el que se quema la figura de su abuela con una cazuela similar entre las manos. Luego meterá el tenedor en el arroz y le sabrá a exilio, como si faltara algún requisito para ser igual al plato de su memoria”.

  • En Patria de Fernando Aramburu encontramos el retrato psicológico de un personaje el hijo de una víctima de ETA que hace tiempo se ve incapaz de ser feliz trazado a través del siguiente momento gastronómico:

    «En la esquina con la plaza de Guipúzcoa estaba la caseta del castañero. Una docena, 2,5 euros. Al tiempo que pagaba, campanearon las ocho de la tarde en el carillón de la Diputación. Y Xabier, el grato calor del cucurucho de papel en las palmas de las manos, tomó asiento en un banco de la plaza, bajo la luna decreciente que se veía a través de las ramas sin hojas de un árbol. Peló con facilidad la primera castaña. Muy buena. En su punto, ni dura ni quemada. Y el calor placentero que se extendió por su boca adensaba el vaho de su respiración. La segunda castaña, también muy buena. Demasiado buena. Se puso de pie. Volcó el cucurucho casi lleno en una papelera, de modo que las castañas fueran cayendo una a una sobre los desperdicios acumulados allí dentro. Después echó a andar en dirección a la Avenida, confundido entre la gente».

También puede encerrar algo tan complejo como lo que consigue Camilo José Cela en La Colmena:

–Huele a cebolla que apesta, huele un horror a cebolla.

–Cállate, hombre, yo no huelo nada, ¿quieres que abra la ventana?

–No, me es igual. El olor no se iría, son las paredes las que huelen a cebolla, las manos me huelen a cebolla.

La mujer era la imagen de la paciencia.
–¿Quieres lavarte las manos?
–No, no quiero, el corazón también me huele a cebolla.
–Tranquilízate.
–No puedo, huele a cebolla.
–Anda, procura dormir un poco.
–No podría, todo me huele a cebolla.
–¿Quieres un vaso de leche?

–No quiero un vaso de leche. Quisiera morirme, nada más que morirme, morirme muy de prisa, cada vez huele más a cebolla.
–No digas tonterías.
–¡Digo lo que se me da la gana! ¡Huele a cebolla!
El hombre se echó a llorar.
–¡Huele a cebolla!
–Bueno, hombre, bueno, huele a cebolla.
–¡Claro que huele a cebolla! ¡Una peste!
La mujer abrió la ventana. El hombre, con los ojos llenos de lágrimas, empezó a gritar.
–¡Cierra la ventana! ¡No quiero que se vaya el olor a cebolla!
–Como quieras.
La mujer cerró la ventana.
–Quiero agua en una taza; en un vaso, no.
La mujer fue a la cocina, a prepararle una taza de agua a su marido.
La mujer estaba lavando la taza cuando se oyó un berrido infernal, como si a un hombre le hubieran roto los dos pulmones de repente.
El golpe del cuerpo contra las losetas del patio, la mujer no lo oyó. En vez sintió un dolor en las sienes, un dolor frío y agudo como el de un pinchazo con una aguja muy larga.
–¡Ay!
El grito de la mujer salió por la ventana abierta; nadie le contestó, la cama estaba vacía.
Algunos vecinos se asomaron a las ventanas del patio.
–¿Qué pasa?
La mujer no podía hablar. De haber podido hacerlo, hubiera dicho:
–Nada, que olía un poco a cebolla.”

8. La comida como forma de medir el tiempo 

En El mapa y el territorio de Houellebecq, la gastronomía es el indicador del paso del tiempo de una persona. Cuando es joven y con éxito, el protagonista Jed Martin disfruta con su amante del pollo con cangrejo de Limousin en un restaurante de moda dirigido por una pareja gay. De unas vieiras a la sartén con souflé de rodaballo a la alcaravea con nieve de pera en un restaurante de un hotel con encanto. Y, en soledad, de una botella de agua mineral noruega de lujo o de un Gewürzstraminer.  Pero termina sus días solo con productos lácteos y azucarados.

“La cercanía de la muerte torna humilde a un hombre”, dice el escritor en boca del protagonista.

En Los hombres te han hecho mal de Ernesto Mallo, la comida también mide el tiempo en los últimos momentos de una persona:

“Los viejos vamos de comida en comida. Ya no trabajamos, no arreglamos la casa, no tenemos nada de que ocuparnos, dependemos de los demás para todo. Comer es la última actividad vital que nos queda. El problema es con qué llenar el tiempo entre una y otra comida”.

Rafael Chirbes en su novela Crematorio habla del paso del tiempo a través de lo comido y bebido:

“Ya empiezan a ser muchos días arrastrando mis kilos de más, pero también, y sobre todo, son muchos, muchísimos, una infinidad los kilómetros, una infinidad de habanos, de alcohol, toneladas de solomillos, de chuletones y chuletas, de callos bien melosos y picantes, de meros que alguien acaba de sacar del mar, de sabrosas gambas, de langostas a la parrilla o con arroz o a la termidor. Dicen que todo eso, a lo que yo califico de hermosura, pesa como plomo dentro del cuerpo, esa hermosura alimentaria o gastronómica pesa”.

Chirbes también usa este recurso con la misma ironía en Crematorio para hablar del paso del tiempo, de niño a adulto:

“Cuesta un dineral que un niño llegue a adulto: toneladas de merluzas, platijas, cazones, lentejas, arroz, garbanzos y todas esas aportaciones de la astucia humana para convertir en apetecible la carne más o menos dudosa: filetes rusos, albóndigas, mortadelas, salamis, supuestas cabezas de jabalí”.

9. El hambre

Charles Dickens en Oliver Twist, una novela que es semilla del género negro, pone el hambre como el dispositivo que abre el camino de la delincuencia a un joven, que tras comer gachas diarias en el orfanato, en su primer trabajo, solo alcanza a las sobras, pero sin carne, “para poder dominar mejor al muchacho”. Pero cuando llega a la mesa de  los delincuentes, ve que en ella no falta el pan, la cerveza ni la manteca.

En Últimos días en el puesto del Este, Cristina Fallarás lleva al ser humano hasta su lado más oscuro y es el hambre la que desata pasiones y muertes por una rata o por la mezcla de agua, cal y manteca para simular la leche.

10. El canibalismo

En muchas novelas aparecen episodios de canibalismo. Uno de los más potentes es el de La Odisea de Homero, cuando el cíclope engulle a dos de los acompañantes de Ulises :

“Echando a mis hombres la mano, agarró a dos de ellos como a unos cachorros y a tierra los lanzó y su cerebro saltó y salpicó todo el suelo. Y sus miembros cortó y preparóse con ellos la cena. Como un león montaraz los comió sin dejar nada: ni intestinos, ni carne, ni huesos, ni médula”.

En clave surrealista hay que tomar La cocina caníbal de Roland Topor un clásico en el que destacan recetas como Puré de cabeza de jefe:

“Se le hace una pequeña visita al jefe a finales de año, justo antes de las fiestas de Navidad, y se le mata como a un cerdo, es decir, que se toma la precaución de dejarle desangrarse durante un tiempo para que su carne quede bien blanca. Una vez que la cabeza se ha cortado de tajo, se la deja chorrear. Después, se mete en agua hirviendo durante media hora aproximadamente. Al cabo de este tiempo se retira, se saca del agua hirviendo y se introduce en agua fría para refrescarla. Es sorprendente cómo la cabeza del jefe ha cambiado ya en ese momento. Su pelo se ha vuelto blanco y su mirada, aunque sigue siendo maliciosa, tiene cierto aire soñador. No es más que el principio, continuemos el ejercicio. Se arranca la mandíbula hasta el ojo, se deshuesa la cabeza, teniendo cuidado de unir las carnes para que no pierdan su forma. Una vez terminada la operación, se frota la cabeza con champú, y se envuelve en un paño atado con un cordel.

Para cocerla, se diluyen tres cucharas de harina en agua, se añade un ramo de flores, un trozo de mantequilla, sal, pimienta. Se introduce la cabeza en el preparado, se hierve quitando la espuma de vez en cuando; después se retira y se deja caer en una cubeta de una altura de 1,5 m. aproximadamente llena de puré, para que no pase frío en las orejas. Es un plato monumental que hay que reservar para las grandes reuniones familiares”.

11. La ironía a través de la gastronomía

La gastronomía es un instrumento para la ironía y el humor. Así lo demuestran novelas gastronómicas como Gran Soufflé de Lola Piera o El chef ha muerto, en el que se puede leer un episodio como el que sigue:

La azafata le entrega el paquete de cacahuetes y el refresco.

—Que lo disfrute, señor.

Ven pinta una mueca bajo el bigote. No se le ocurre cómo podría disfrutar de nada que se ingiera si no sabe como sabe. Baja la mirada y se entretiene leyendo el listado de ingredientes del paquete de cacahuetes: sorbitol (uno de los supuestos laxantes según Sofriti), almidón modificado de patata (un transgénico, advierte la guía del italiano) y con el resto ya se pierde: goma arábica, harina de arroz, extracto de levadura, levadura en polvo, azúcar caramelizado, dextrosa, aroma (sin especificar), especias (tampoco se especifica cuales), cebolla en polvo (¿para qué necesitan unos cacahuetes esto?), sal y cacahuetes. Por suerte, también cacahuetes.

Hasta en la novela más negra se encuentran también estos momentos de ironía. Aquí el ejemplo de Todos muertos de Chester Himes cuando dos jóvenes negros absolutamente desgraciados huyen de la policía y  se refugian en la casa de un amigo de éstos, donde encuentran unas cuantas cosas con las que cocinar algo que comer:

“Poco después el cuarto se llenó con el humo y el olor delicioso de la carne frita. Sassafras frió una parte de los copos de maíz junto con la carne. Roman abrió el bote de melocotones con su cortaplumas, pero el contenido era un bloque helado, de modo que lo puso sobre la estufa.
Al no hallar ni un solo plato limpio, Sassafras echó mano del que estaba menos sucio. Fregó un par de tenedores con un paño seco.
Roman se sirvió los copos fritos, la carne frita, y lo roció todo con melaza. Luego se llenó la boca con esa mezcla y aún se metió dentro un trozo de pan seco.
La chica le miró con expresión de disgusto.—Puedes sacar al muchacho del campo, pero no puedes sacar el campo del muchacho”“—filosofó mientras con gran delicadeza comía bocados de carne y de pan en forma alternada y sostenía cada copo de maíz entre el pulgar y el índice, según las reglas de la etiqueta.”

12. Ambientación

En ocasiones la gastronomía es el recurso idóneo para ambientar la acción de una novela. Ya puede ser un bar, un mercado o una cocina. Aquí cómo lo hace Marta Sanz en su novela Black, black, black cuando sus personajes quedan en “una cafetería de las de siempre en Madrid”:

“La barra con los bordes metálicos. Taburetes altos con reposapiés. Las bandejas redondas y brillantes. Por la ranura central de los achaparrados servilleteros, también metálicos, asoman servilletas de papel, a veces decoradas. Ceniceros de vidrio basto, arañado, y los palillos en el palillero cilíndrico. Cajas registradoras. La televisión encendida. Echan deportes. Los camareros, casi siempre de mediana edad, llevan chaquetilla y pajarita. Fuman escondiéndose detrás de la barra. Matan la pava y salen disparados para atender al público. El escenario se diseca alrededor de los camareros: ellos son los únicos que envejecen entre el menaje y el cartel de reservado el derecho de admisión. Máquinas expendedoras de tabaco y a veces tragaperras. Tazas y platillos de loza blanca con un filo azul o rojo donde se escribe el nombre de la cafetería. Posavasos. Dos hielos y rajita de limón. Panchos para acompañar la caña de cerveza. Detrás del mostrador, la lista con la selección de bocadillos: calamares, morcilla, tortilla española, cinta de lomo sola o con queso, beicon con queso, pepito de ternera, jamón serrano, salchichón, chorizo. Los imprescindibles. Debajo los sándwiches: mixto, vegetal y mixto con huevo. Y las raciones: aceitunas, patatas bravas y alioli, oreja con tomate, callos, lacón con grecos, patatas con chistosa, pimientos fritos, boquerones en vinagre, ensaladilla rusa, mollejas, pulpo a feria… Contra la pared se apoya la silueta en contrachapado de un cocinero gordo cuya barriga es una pizarra sobre la que se escribe el menú: dos primeros, dos segundos, bebida, café o postre a elegir”.

La novela histórica utiliza la gastronomía para ambientar al lector en una época y cuando está bien ligada, la lectura es un gustazo. Así ocurre en “El reino de los hombres sin amor” de Alfonso Mateo Sagasta, cuyo protagonista, Isidro Montemayor, nos sitúa en una época con sabores deliciosos como el  del aroma del bacalao hecho en “una especie de guiso de manjar blanco muy suavemente espaciado”, el de la civet de liebre con arroz, y otros no tanto como el del tasajo, pan duro y queso de la alforja en el camino.

 13. Dejar un sabor de boca

Esta frase es muy típica y es que las novelas dejan siempre un sabor de boca. En muchos casos está relacionado con algún recurso gastronómico o no que aparece a menudo en la novela y que se relaciona con el final de la misma. Por ejemplo, en Crimen y Castigo de Dostoievski deja el sabor de boca de una sopa de pobres hecha con patata y arroz. El vapor de la sopa y el del té de samovar (el infiernillo típico ruso) se encuentran desde el comienzo hasta el final de la novela.

Madrid:frontera de David Llorente, madrileño emigrado a Praga hace más de una década, deja gusto a lejía, la misma con la que rocían sobre los desechos para impedir que los madrileños que duermen bajo cartones puedan alimentarse de la basura.

14.Conclusiones

Tras este estudio se pueden observar las siguientes conclusiones:

  • La utilización de la gastronomía no es fortuita en la literatura, ni en las obras clásicas ni en las actuales.
  • La gastronomía es una herramienta literaria válida para:

-Identificar personajes.

-Identificar una sociedad.

-Centrar una acción.

-Pedagogía culinaria.

-Método de medir el tiempo.

-Contraposición a la violencia a través de la cotidianidad.

-Mostrar cambios de estado de ánimo de los personajes.

-Ironía y humor.

-Ambientación.

-Dejar un sabor.

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