*Comunicación presentada por Fernando Valerio Holguín y Yanet Acosta en el Congreso Internacional Iberoamericano de Ecocrítica 2018 celebrado en Segovia del 20-22 junio 2018

 

I.Introducción:

El viaje es cultura; la gastronomía es cultura. Estas premisas verdaderas nos llevan a una conclusión aparentemente falsa: El viaje es gastronomía. Si bien es cierto que no todos los turistas viajan con el propósito de conocer la gastronomía de un país, no menos cierto es que todo viajero se enfrenta a una cocina diferente, gústele o no le guste. El viaje pone en cuestión el sentido de pertenencia, por tanto, la identidad cultural y gastronómica de los sujetos. ¿Es la gastronomía un pretexto para viajar o es el viaje un pretexto para comer? Países, ciudades y barrios de diferentes culturas, donde los personajes tienen que negociar el sentido de sus vidas, sirven de telón de fondo a la novela negra gastronómica El Chef ha muerto de Yanet Acosta. En esta novela, los personajes viajan incesantemente por varios países y ciudades. El detective, la periodista, los chefs y los foodies se trasladan de un lugar a otro, tras la pista de un asesino, en busca de restaurantes, a la caza de recetas y platillos, en lo que denominamos una “paratopía  gastronómica”. En estos “desplazamientos gastronómicos”, tanto la autora como los personajes exploran las “roturas” del espacio social. Bohemios, solitarios, foodies, lesbianas y artistas, se desplazan de un lugar a otro, sin sentirse cómodos en ningún lugar (Kristine Vanden Berghe 87). Un ejemplo de esta paratopía gastronómica es el caso del detective Ven(ancio) Cabreira, que como agente del Servicio de Inteligencia de la Transición (CESID), viaja a Caracas, Venezuela con el propósito de espiar a los miembros del grupo separatista Eta, exiliados en ese país. Allí trabaja en un restaurante donde se hace famoso por una famosa salsa verde, que no es más que una pastilla de caldo concentrado disuelta en agua. También el chef argentino Kristof Kastrup, quien tiene un restaurante en Dinamarca, se hace pasar por danés y aspira a suceder al Chef, supuestamente muerto. Finalmente, el mismo Chef, posible personaje en clave de Ferran Adrià, el líder de una revolución culinaria mundial, reaparece en el condado de Yangshuo, China, preparando nada más y nada menos que fabadas y otros platillos tradicionales españoles. Sujetos, nacionalidades y nombres, y platillos gastronómicos se encuentran dislocados en la novela. El sabor y el saber que confluyen en los personajes de El Chef ha muerto se producen en los espacios paradójicos o paratópicos de la gastronomía. La comida tiene como objetivo, por una parte, definir el carácter, el estatus social y la identidad cultural de los personajes y, por otra, establecer una poética relacional en el espacio social en que se desenvuelven dichos personajes. Nuestro propósito, en esta comunicación conjunta del crítico y la autora vis-à-vis, es explorar la relación entre viaje y gastronomía. Estas miradas, exterior e interior, respectivamente, nos permitirán reflexionar sobre la construcción de una identidad gastronómica en espacios sociales paradójicos en la novela El Chef ha muerto.
II. El Viaje y la novela: Transnacionalismo y cosmopolitismo
Para muchos comer es una razón para viajar, para otros viajar es una razón para comer. El viaje y la cocina se remontan a la historia antigua. En años más recientes, cuando en 1889, los hermanos André y Edouard Michelin fundaron la compañía de neumáticos y en 1900 publicaron la primera edición de la Guía Michelin, lo hicieron tomando en cuenta las necesidades del viajero. El turismo gastronómico ha alcanzado un auge extraordinario en los llamados Dinks foodies (parejas jóvenes sin hijos y doble salario). No es nuestro propósito en esta comunicación trazar la historia de los viajes y la cocina alrededor del mundo. Más bien examinar cómo los viajes inciden en la gastronomía de unos personajes transnacionales en la novela El Chef ha muerto. En el caso específico de esta novela, los personajes no son turistas gastronómicos, sino un grupo de personajes, cuyas vidas profesionales giran alrededor del mundo de la cocina o como parte de la investigación de un crimen.
  Entre el punto de partida y el punto de llegada, en ciudades, pueblos y aldeas, hay hostales y hoteles, aeropuertos y estaciones de autobuses, aviones y taxis, es decir, espacios y vehículos de transición. Es por lo que CLR James prestigia el movimiento sobre el espacio: “… lo que importa es el movimiento, no donde estés o hayas estado, sino de dónde vienes, a donde vas y el tiempo que te tome llegar” (Citado por Clifford 96). En los personajes de la novela se habrá instaurado “Una distancia entre dos puntos” (Abril Trigo 11). De manera tal que se invierten el aquí/allá y ahora/entonces y el aquí/ahora se convierte en allá/entonces. Dicha inversión transforma la identidad de los personajes, que se encuentran en una posición paratópica en las ciudades que transitan. Algunos de estos espacios constituyen “no-lugares”. En su libro Non-Places [No-lugares], Marc Augé denomina no-lugares a aquellos espacios con los que un sujeto no puede relacionarse ni afectiva ni cognitivamente. Algunos espacios incluyen aeropuertos, autopistas, supermercados y hoteles. Habría que agregar ciudades extranjeras (extrañas). Aunque Augé está mucho más interesado en los espacios que en los sujetos que habitan esos espacios, también se podría denominar no-gastronomía a la comida que se consume en esos espacios; y aún más a la comida rápida, a la comida basura que se consume para satisfacer el hambre y en la cual no podemos relacionarnos afectivamente o reconocernos en la misma. Espacios y comidas que producen una “extrañeza perturbadora”.

III. El viaje y los personajes en El chef ha muerto

Gastronomía y viaje para la autora de la novela son sinónimos. Y cada viaje le inspira una novela que invita a viajar al lector  y aunque siempre Madrid es el centro neurálgico de sus novelas negras gastronómicas, el detective que las protagoniza, Ven Cabreira, se ve obligado a ir de un lugar a otro.
  El chef ha muerto, su primera novela, arranca con la muerte del mejor chef del mundo en una isla lejana de Corea del Sur al atragantarse al ingerir pulpo vivo. Esta isla es Jeju, una belleza cercana al paraíso que la autora visitó antes de ambientar el comienzo de la novela en ella. Un lugar perfecto para morir. Bello, tranquilo, donde mujeres vestidas de buzo capturan marisco para ganarse la vida. No obstante, la experiencia original que vivió la propia autora de tomar pulpo vivo y que consideró “un mal trago cercano a la muerte” fue en Seúl. Una tradición en la cultura coreana que se ha cobrado ya algunas víctimas por asfixia y que tiene implícita la metáfora de cuanto más vivo o fresco está el producto más vitalidad transfiere al comensal.
  En El chef ha muerto, el viaje es el movimiento vital de la narración a través de sus personajes. Hay lugares de los que se habla o recuerda como Nueva York, Caracas, Seúl, Japón o Canarias, y otros a los que viajan los personajes como Copenhague y Viborg en Dinamarca, Venecia en Italia, Murcia en España, Arcachon en Francia, Shanghai y Yangshuo en China. Otras ciudades son las que habitan como Buenos Aires y Madrid, a donde siempre vuelve la narración, tomándola como base de operaciones. Otros lugares aparecen a través de la comida como Nueva Orleans a través del gumbo (un guiso de arroz caldoso) y los tomates verdes fritos; y Colombia por su tradicional viudo de pescado. El País Vasco se refleja en una merluza en salsa verde, mientras que Jerez en sus vinos. Otras bebidas hacen viajar a sus personajes como el Singapur Sling, a la vez que hay productos como las bayas de Goji, que también viajan.
  Sin embargo, lo que sorprende es que por aquellos espacios de alta cocina, por los que transitan los personajes, estos no se identifican a través de sus platos con ningún lugar, independientemente de que se encuentren situados en Dinamarca, Francia o Murcia. Este tipo de nueva cocina aparece en la novela como una suerte de “no lugar” gastronómico también, pero a la inversa del que puede suponer la comida rápida, productos industriales o los platos preparados que aparecen en la novela como los perritos calientes, las fabadas en lata y el nesquik.
  La que ahora se considera la cocina más exquisita del mundo sigue una corriente conocida internacionalmente como cocina de vanguardia, cocina tecnoemocional o cocina molecular que tiene como característica una nueva filosofía y nuevos métodos de preparación, pero también una internacionalización de los productos y una descontextualización en búsqueda de un nuevo lenguaje culinario con el que, aunque en ocasiones se apela a la emotividad del comensal por la proximidad, se busca también la reacción intelectual, el conocimiento o el humor.
  Este “no lugar” gastronómico de la alta cocina que se muestra en la novela es una crítica profunda que implica también una nueva mirada al viaje que cada vez se internacionaliza más como producto económico en el que se ofrece al turista, que no viajero, lo que desea: las marcas que conoce en cualquier ámbito de los servicios, desde alojamientos hasta alquiler de automóviles o cadenas de venta de ropa o de comida; o los productos o platos que consume, como por ejemplo la pizza, que se encuentra desde Italia hasta Bolivia como comfort food mundial. O, también, el tipo de cocina, como es la cocina de vanguardia, la sofisticación al servicio de una parte de la población mundial.
  El viaje que se produce en la novela también tiene un carácter social, no solo por los lugares transitados sino por los tipos de comida y los ambientes reflejados, por ejemplo, en la propia ciudad de Madrid, desde donde parten y regresan los personajes. Para Ven, protagonista de la novela, el bar de Sito es un espacio donde se siente como en casa. Se encuentra en Villaverde, en la periferia sur de Madrid. A dos autobuses de allí —el tiempo en este espacio urbano se mide con los transbordos que se deben tomar en transporte público— alcanza el centro neurálgico que se encuentra entre Sol y Gran Vía y sus calles aledañas repletas de bares de siempre con cañas y tapas a veces de dudosa salubridad de pulpo a la vinagreta y ensaladilla, que se sirven como cortesía con la bebida y sus turísticos centros “gourmets” como el Mercado de San Miguel. Desde ese centro turístico y de gran tipicidad en la ciudad, la narración de la novela viaja al centro económico del Paseo de la Castellana y sus restaurantes para ejecutivos. Solo Linda Meyer traspasa esas fronteras invisibles para ofrecer sus platos de alta cocina en un polígono industrial y ejercer una “Resistencia gastronómica”, descontextualizando el ambiente de la alta cocina y realizando así lo que ella considera que puede ser la verdadera revolución. Una alta cocina que viaja a través de los “no-lugares” gastronómicos destinados a ciertas clases sociales.
  Es Linda Meyer también la que representa en la novela una forma de viajar por trabajo diferente, pues cada viaje y el encuentro sexual que lleve asociado se convierte en un souvenir de sabor que traduce en recetas. Entre ellas Gelatina caliente de caipirinha, espuma de té verde y quenelle de nata y regaliz que se trae de Brasil, Nube de leche que le inspira Francia, o Sopa fría de remolacha y champán con tostada de café que son los labios del jardinero suizo del restaurante en el que hizo una de sus estancias o Pan de centeno tostado con miel, fresa y crocante de wasabi recuerda al japonés del restaurante vasco”. Con respecto al viaje social a través de la comida, se puede hablar de los platos más sofisticados servidos en los mejores restaurantes del mundo y que aparecen en la novela considerados como gastronómicos, junto los no-lugares gastronómicos de la “no-comida” como el interior de un avión donde Ven analiza de forma crítica qué es lo que está ingiriendo al tomar un refresco y un aperitivo salado envasado y eso pese a que Ven es un anti-gourmand que no puede apreciar la gastronomía del “lugar”, lo que lo confina a un “no-lugar” gastronómico con las fabadas en lata, el nesquik y el whisky. Sin embargo, sí es capaz de identificar la “no-comida” que no solo es la accesible para cualquier ciudadano sino también la utilizada por los chefs de vanguardia como el ovulato o el isomalt, un derivado de la sacarosa típico de los dulces y caramelos industriales desde los años 80, conocido como E-953 o la metilcelulosa, uno de los aditivos que simbolizó el cisma entre Santi Santamaría, defensor de la cocina burguesa de influencia francesa, y Ferran Adrià, líder de la revolución culinaria de vanguardia.
  Los personajes de la novela no aparecen como turistas sino como viajeros que transitan por lugares en los que se impregnan de emociones y paisajes a los que no fotografían, sino que viven y experimentan de tal manera que les hace evolucionar bien hacia el encuentro con los otros o con el propio ser bien hacia la huida de los demás y de sí mismo.

Conclusiones
En la novela El Chef ha muerto, parafraseando a CR James, lo más importante es el movimiento, la situación paratópica o de desplazamiento constante en que se encuentran los personajes. Este viaje permanente sitúa a los personajes en lugares y no-lugares, en los que la gastronomía juega un papel importante en término de la identidad de los mismos, su manera de sentir, su evolución profesional y emocional y su relación con quienes les rodean.
  El aquí/allá y ahora/entonces se invierten incesantemente en cada desplazamiento de unos personajes, que parecen no encontrar su lugar en ninguna parte, ya sea Madrid, Nueva York, Caracas, Seúl, Japón o Canarias. La gastronomía es mediadora del tránsito permanente.