Martín Caparrós es uno de los últimos grandes cronista. Admiramos su libro El Hambre, una concatenación de crónicas, además de sus trabajos periodísticos. Pero este libro que cataloga como novela y que titula Comí es anterior a todo ello y recuerda el momento en el que el argentino (ahora radicado en Madrid) comienza a trabajar como crítico gastronómico para una revista.

En ese momento cuenta que:

Decidí volverme uno que come, en serio, no como miles de millones. El mundo está lleno de amateurs: personas que comen por comer, porque les da hambre, porque hay que alimentarse, porque se hace de noche o mediodía, porque les invitan o deben invitar, porque sirve para hacerse con negocios o mujeres, porque se juntan con su esposa y una pareja amiga el viernes a la noche —pero, en general, no saben lo que hacen. Comen como leen: sin saber.

Aquí algunas de sus reflexiones que nos parecen realmente interesantes para ejercer la crítica gastronómica y, también, la crónica gastronómica, la que más disfrutamos en estos días, y que versan sobre el acto en sí de comer:

El placer de comer es reconocimiento. Reconocer en el aire los olores de una torta de la abuela, frío helado en los labios, el crujido de aquel pan tostado entre los dientes, en las papilas el sabor cordero de todos los corderos: gustos y aromas que me saben. Comer es la ilusión de que el pasado no se fue, puede volver por un momento, está en alguna parte. El placer de comer es el alivio de una historia que no se ha terminado.

Para Caparrós, al igual que para otros muchos que trabajamos el periodismo gastronómico, comer es un acto político, medioambiental, económico y de justicia o injusticia social. Y así lo cuenta:

Comer —cierta manera de comer— es deshacerse del mundo. Pero también es meterse el mundo del cuerpo: comer unas papas fritas es tragarse el trabajo de unos jujeños que emigran cada año al sur de la provincia de Buenos Aires para la cosecha de la papa y se hunden en el barro y duermen en barracones fríos durante semanas por una paga vergonzosa mucho mayor de la que pueden conseguir en sus lugares. Comer un bife es sostener un sistema de transporte en el que camiones manejados por sindicato poderosos gastan miles de litros de combustible para llevar esa carne viva hasta un centro de concentración del poder económico. Comer unos brotes de soja es el nuevo orden argentino basado en explotación depredadora de tierras que se agotarán en unos años, vacías de población y derrochadas.

Comer es llevarse a la boca relaciones de producción, biografías, injusticias varias, usos de los recursos naturales, conflictos internacionales, tabúes religiosos, elecciones culturales, más y más biografías. Yo lo sé, lo escribí, no lo puedo ignorar —y lo ignoro cada vez que como.

Y aquí cuenta en qué consistió su estrategia como crítico:

“Decidí antes que nada, no utilizar mi nombre: me decía que no quería arruinar mi —inexistente, ilusorio, potencial— prestigio en esa actividad menor, pero supongo que la razón estaba más del lado de mi incertidumbre, o de cierta certeza: que no tenía grandes chances de producir artículos de los que quisiera hacerme cargo. Pasé días pensando qué iba a hacer, y más y más desesperaba. Probé el humor —y me salió una mueca triste. Probé la erudición —y me salía una maestra siruela. Probé la condena fundada y despiadada —y supuse que me echarían antes de tres semanas. (…) La solución me pareció evidente: mis futuros lectores, animalitos mal domados, sólo se interesarían por mis críticas si las condimentaba con historias pequeñas, personales. Haría de mis reseñas gastronómicas una suerte de autobiografía por entregas —falsa, perfectamente falsa— que les daría la sensación de estar leyendo algo chic y gourmet cuando en verdad estarían hundiéndose en chimangos. (…) Me llamaría M.C., les contaría mi vida.

Y la revelación, que es la de muchas personas, cuando aprendes a comer ya no hay marcha atrás. Por eso pienso que si enseñáramos a mucha más gente a comer, el mundo cambiaría. Así lo revela Caparrós:

«Cuando aprendí a comer para contarlo, pensando, analizando los bocados, no pude resistir mas que unos meses, como mucho un año, hasta que esa postura invadió cada una de mis comidas”.

Que el buen comer político, medioambiental y social invada nuestras comidas.

Si les interesa este tema les invitamos a participar en el próximo Congreso Internacional de Comunicación y Periodismo Gastronómico en el que abordaremos al revolución humana de la gastronomía. Más info aquí.