«Hemos comido antes por si acaso», «ese sitio no es muy limpio», «no creo que coma nada de eso», «espero no nos intoxiquemos», «yo es que soy vegano». Estas son algunas de las frases que he escuchado de muchos de mis alumnos de primero de Grado de Periodismo en la URJC antes de entrar a un restaurante de cocina migrante en el barrio madrileño de Tetuán durante los tres años que he dirigido el proyecto #TetuánFoodie.
Con la excusa de conocer la cocina de otras personas con las que nos encontramos en las calles de Madrid día a día y de contarla desde el periodismo gastronómico, he organizado desde 2020 tres comidas-talleres interculturales de periodismo gastronómico en Tetuán, a las que además de mis alumnos se han unido vecinos del barrio de todas las edades y varias periodistas compañeras en Reporteros Sin Fronteras.
Esas frases que mis alumnos me han confesado abiertamente quizás han estado presentes en otros de los participantes senior que sí han admitido que esos espacios por los que pasan todos los días habían sido invisibles para ellos hasta el momento en el que organizamos la actividad.
«Son sus sitios de reunión», «no creo que les parezca bien que vayamos tantos españoles», «son comidas un poco pesadas». Estas son las frases que he oído en estos años de los más maduros, pero tanto unos como otros, en la fase final, tras la comida coinciden en lo mismo: volverán a esas mesas a probar esos platos con sus amigos o familiares.
Ese es el resultado más valioso de este proyecto práctico de innovación educativa y de periodismo ciudadano.
En Aroma Latino
Entrar en la calle Carolinas del barrio de Tetuán es sentirse un poco en Dominicana. Peluquerías, locutorios y, sobre todo, el restaurante Aroma Latino de Chalas y su mujer Jube, en el que trabajan hace seis años con su sobrina Lucía, da vida a unas calles que en los años 60 del siglo XX alojaron a los gallegos, zamoranos y leoneses que buscaban su oportunidad en la capital.
Las dos mesas alargadas del restaurante preparadas en su día de cierre habitual —entre semana el número de clientes hacía imposible esta reunión tan numerosa— anticipaban la fiesta familiar que se tradujo en la llegada abundante de platos emblemáticos dominicanos como la bandera (arroz, guandules o habichuelas y carne), el pica pollo con sus tostones, el mofongo —un plato a base de plátano verde, chicharrón y ajo—, pescado en salsa de coco, arepitas de maíz con anís, moro y concón.
La norma es mezclar y probar y la desconfianza se va venciendo con el juego y la comensalidad, que permite conocernos unos a otros en un ambiente distendido. Mexicanos, dominicanos, ecuatorianos, afganos y españoles nos empezamos a pasar los platos y a charlar. Así fue cómo algunos escucharon el relato de los periodistas Khadija Mary Amin de cómo salió de Afganistan, de los trabajos de la compañera de RSF María Miret por la salud mental de los periodistas en Almas Rotas, de las charlas de Marcos de Espacios Comunes-Lorenzana promoviendo laboratorios ciudadanos, de los viajes del periodista y profesor de la URJC Enrique Vaquerizo o de la crítica cultural de Juan Salas, periodista especializado en videojuegos de padre salmantino y madre dominicana.
Entre plato y plato mis recuerdos de la última visita a Dominicana, de la que me llevé un puñado de sabores y amigos, entre ellos la periodista Elaine Hernández, quien ya había sido alumna de la primera edición del Master de Comunicación y Periodismo Gastronómico de The Foodie Studies. Recuerdo compartir con ella la cercanía de mi cultura canaria a la suya dominicana: su maravilloso sancocho era mi querido puchero canario en el Caribe y su gofio, casi golosina, mi alimento de infancia.
Y en esta mesa también ocurrió. Israel reconoció en el concón uno de sus platos de su casa afgana. El arroz nos une. Pero también todo lo que rodea su elaboración, sus saberes y sabores. Una humanidad que cocina y come. Pura comunicación intercultural, que no solo despierta curiosidad sino también la motivación para regresar. Gadhiel, David, María estuvieron desde el primer encuentro en el restaurante filipino Tambayán y en la pupusería La Ceiba y repitieron. Volvieron también alumnos del curso pasado en el Grado de Periodismo para viajar comiendo y para decirme que ya habían reído con Nora Ephron y leído Cien años de soledad.
Este tercer encuentro ha sido el último de este proyecto #TetuánFoodie de The Foodie Studies, seleccionado por Espacios Comunes-Lorenzana y Laboratorios Ciudadanos (Labs) e incorporado al grupo de innovación educativa Comojo de la URJC. Toca compartir las fórmulas de trabajo e invitar a que se reproduzca en cualquier ciudad o pueblo multicultural del mundo y conseguir esas mesas más largas de las que habla José Andrés y como la que entre 2017 y 2022 ocupó toda una calle de París.
Las crónicas de todos los participantes en #TetuánFoodie se pueden leer en el blog colaborativo Tetuán Alimenta.
Si quieres saber más escríbenos a info@thefoodiestudies.com