“No creo que haya un tema más universal que la comida”, sentenció Maxi Guerra en su clase de podcast. No le falta razón y su trabajo es un ejemplo de cómo conectar una cafetera Bialetti con la astringencia de Leonard Cohen. La primera lección aunque obvia, siempre conviene recordarla y es que la comida nos atraviesa a todos de formas muy distintas e incluso, freudianas. A veces por exceso, otras por carencia – incluso extrema – y como periodista, me sobrevolaba desde hace tiempo una nube de intuiciones aún crudas a las que necesitaba dar cuerpo. 

El paso de lo insípido a un bocado al dente se lo debo al descubrimiento de los food studies o mejor dicho, a su metodología, que liga disciplinas de investigación diferentes para dar respuestas a esas intuiciones. La Antropología, el Arte, la Literatura, la Economía, la Historia, el Feminismo… están también en la comida. Es de nuevo, una obviedad, sí, pero hay que usarlas para transformar narrativas y desvelar lo invisibilizado. Desde el ámbito doméstico marcadamente femenino, las construcciones identitarias a la mesa o la cocina migrante entre muchas otras cuestiones latentes. Esta es la máxima de este máster: miremos a los márgenes, por favor. Es el momento.

“La tradición es mutante” dice mi compañero Luis Hernández, que está investigado sobre nada más y nada menos que la paella y su cuestionada autenticidad. Indaga, es la respuesta que ofrecen los food studies. Investiga, duda. El proceso puede llevar a conclusiones increíbles e inesperadas para ese “yo gastronómico” que siempre anda en obras. Ni qué decir cuando eres madrileña como en mi caso. La gran ventaja es que el método es aplicable a cualquier formato o proyecto ya sea un ensayo, guión, performance, documental, podcast… Una vez que los food studies se cuelan en tu mirada, no hay vuelta atrás.

Admito que sería exagerado concederles el superponer de resolver todas las ecuaciones del periodismo gastronómico. Me temo que el quebradero entorno a la creación de una voz propia es una batalla individual y en eso aún estamos. Con lo que sí hemos peleado en esta edición —me atrevo a incluir a mi grupo fantástico de compañeros de clase— es contra el síndrome del impostor que han intentado boicotearnos el camino. Lo único que puedo aportar en este campo es que muy probablemente no me habría atrevido a empezar un ensayo sobre cocina migrante de no ser por esta edición del Master de Comunicación y Periodismo Gastronómico.  

Para esa pequeña gran hazaña, el máster despliega una brújula que va guiando por las investigaciones de Rebecca Ingram y la gastrocracia, por las lecturas de recetarios antiguos de Rosa Tovar o María Paz Moreno o a través del colosal trabajo del arte como herramienta de Vanessa Quintanar. Como se intuye, este máster es para gente hambrienta que busca crónicas como las de Lakshmi Aguirre, Jorge Guitián o Albert Molins, que sigue animando a sus bárbaros revolucionarios de la comunicación. Por el camino además, se ha cruzado Santiago Rosero y su mirada activista o el artista plástico y diseñador gastronómico Jacobo Gavira y su estimulante corto Tentempié. También ha habido sobremesa de Irving Penn, de los diarios de Anáis Nin o de la sensibilidad de Agnès Varda.

El menú es completito y corro el riesgo de desvelar demasiada información y no porque haya un secreto inexpugnable que salvaguardar sino porque uno de los puntos fuertes de esta formación es que cada edición se amplía y actualiza temas y profesorado. Está vivo y sin miedo al peloteo, se lo debemos al espíritu agitador y rebelde de Yanet Acosta, periodista e investigadora, capaz de unir y mantener una red de apoyo difícil de encontrar en el salvaje oeste de los medios. El periodismo gastronómico no es una cuestión menor, hagamos equipo. Otra lección grabada a fuego y como se ve, alimento no va a faltar.  

 

Imagen: propia. Excursión del curso a El Bulli.

Si quieres saber algo más sobre este Master de Comunicación y Periodismo Gastronómico de The Foodie Studies, escríbenos a info@thefoodiestudies.com