La comunicación gastronómica y emocional de Pepe Carvalho, artículo de Yanet Acosta publicado en el número 7 de la revista MVM: Cuadernos de Estudios Manuel Vázquez Montalbán, especializada en la obra del escritor catalán, aborda por primera vez el lenguaje gastronómico de su famoso detective Pepe Carvalho desde una perspectiva de género.

En aras de la ciencia abierta y la búsqueda de la mayor difusión posible de este avance en la ciencia se reproduce a continuación el artículo en su totalidad.

Este artículo ha tenido una gran acogida internacional entre expertos del escritor, como la Catedrática de Estudios Literarios y Culturales en el Departamento de Culturas Hispánicas de Barnard College/Columbia University (New York, USA), Wadda Ríos-Font, para quien: 

» Este ensayo recontextualiza el tema de la atención dedicada por el escritor a la cocina y la gastronomía en sus novelas detectivescas de la Serie Carvalho dentro de dos corrientes de análisis cultural muy actuales: la historia de las emociones y los Food Studies. Con anterioridad a esta intervención, la particular relación del personaje con la comida se había entendido mayormente como un guiño a la tradicional convención genérica de las «rarezas» o «manías» de los detectives ficticios desde los orígenes del género en autores como Edgar Allan Poe o Arthur Conan Doyle, o como una marca de lo español representado por su tradición culinaria mediante la cual Vázquez Montalbán expresa su actitud crítica hacia la realidad nacional. Acercándose al tema desde las teorías de la emoción y los Food Studies, Acosta inserta al autor y su obra en debates muy vigentes sobre la importancia histórica, antropológica y semiótica de la comida en la construcción de identidades individuales, nacionales y de género. Lo que se come o se cocina es un índice de la internalización (o rechazo) de normas culturales, una evidencia de los patrones migratorios (evidentes en la obra de Vázquez Montalbán), de las circunstancias históricas y políticas, etc. (reproducción de una carta remitida a la autora).

Además ha atraído la atención de otras universidades en Estados Unidos, Reino Unido, Nueva Zelanda, Noruega y Argentina y  ha entrado en conversaciones interdisciplinares más amplias a través de la participación en una presentación organizada en el Mercado de la Boquería en el contexto del VI Congreso de la Asociación de Estudios Vázquez Montalbán (2023), artículos de prensa como “Pepe Carvalho i les cinc dames de la ‘gastrocràcia’. Un debat sobre l’oferta gastronòmica a Barcelona analitza la dinàmica entre política, cuina, mercat, territori i cultura” firmada por el periodista y escritor Quim Aranda para el diario Ara y el documental de la Cadena Ser: «Del ‘carquinyoli’ a la lucha de clases: por qué los gourmets no añoran a Vázquez Montalbán”.

 

CEMVM 7 (2023): 88-104
La comunicación gastronómica y emocional de Pepe

MARÍA YANET ACOSTA MENESES

El detective Pepe Carvalho, protagonista de la serie de novela negra creada por Manuel Vázquez Montalbán hace 50 años, transmite aún hoy en día una gran sensibilidad a través de la gastronomía. Gracias a lo que cocina, a lo que come o bebe o incluso a lo que compra en el mercado, el personaje, que comparte con el autor una educación franquista en la que se silenciaban ciertas respuestas afectivas por no ser consideradas viriles, comunica las emociones que no muestra abiertamente.

Para detectar estos códigos no lingüísticos me baso en las teorías del afecto, que tienen como textos fundacionales a “Shame in the Cybernetic Fold” de Eve Sedgwick y Adam Frank, y “The Autonomy of Affect” de Brian Massumi, ambos publicados en 1995, desarrollados y puestos al día por Simon O’Sullivan (2001) y Steven Shaviro (2009), según recoge Sandra Moyano en su artículo “Teoría del afecto en la literatura y el arte: en la representación y más allá de la representación (2020). Para esta investigación entiendo el afecto de forma no lingüística (Macón, 2014) por lo que me detengo no solo en las palabras sino en gestos y acciones del personaje utilizados como mecanismos comunicativos. Esta interpre- tación la realizo a través de un enfoque inter- y transdisciplinario inspi- rado por la teoría crítica y estudios culturales (Sarto, 2012) y la perspec- tiva del giro afectivo (Briens y de Saussure, 2018; y Granada-Cardona, 2019) que supone tener en cuenta la subjetividad e identidad del persona- je y su contexto emocional. A través de estas teorías se puede desvelar el metarrelato literario en el que la problemática social y el contexto políti- co se expresan de forma afectiva. En el caso concreto de Carvalho aplico estas teorías para identificar gestos y acciones que se transforman en estrategias comunicativas emocionales del personaje. Acciones como cocinar, comer o beber toman un significado distinto gracias al potencial relacional de la escritura con lo sensorial y emocional (Moyano, 15).

Además, teniendo en cuenta que “la narración de las emociones revela cómo las emociones son percibidas, pensadas y comprendidas por el autor y, por lo tanto, indica una cierta visión del autor sobre sí mismo y sobre su propia cultura” (Briens y de Saussure, 78), realizo un paralelismo entre algunos de los datos biográficos de Manuel Vázquez Montalbán y Carvalho. Por ejemplo, la manifiesta pasión del autor por la coci- na, así como su visible aprecio a los perros, que me permiten explicar el comportamiento emocional de su alter ego en la ficción, quien vivió su misma época histórica y, por lo tanto, tuvo la misma educación durante la dictadura franquista.

Cuando la comida habla

La relación de Carvalho con la comida ha sido abordada por escritores, periodistas, cocineros e investigadores como Rafael Chirbes (2010), José Colmeiro (2019), José Vicente Saval (1995), Galina Bakhtiarova (2020), Javier Pérez Escohotado (2006) y Ferran Adrià (2003 y 2004), entre otros. Sin embargo, en este trabajo ofrezco una interpretación distinta y no excluyente a las ya ofrecidas sobre la cocina, la comida y la bebida en la serie de novelas y relatos protagonizados por Carvalho inspirada en la teoría de los afectos y que consiste en examinar cómo estas acciones sirven para hacer hablar emocionalmente al personaje en espacios y si- tuaciones en los que no hay palabras, es decir, a través de códigos no lingüísticos.

Colmeiro en el capítulo dedicado a Vázquez Montalbán de su libro La novela policíaca española: Teoría e historia crítica explica que “la descripción detallada de la elaboración de un plato o de su consumición rellena un compás de espera, soluciona la situación de impasse en el caso policiaco y ayuda a mantener el suspense” (187). En efecto, la narrativa culinaria a la que se refiere el investigador es un puente entre situacio- nes, pero también tiene una funcionalidad expresiva a nivel afectivo que expondré a través de diversos ejemplos más adelante.

Por su parte, José V. Saval expone que una de las claves de la cons- trucción del personaje en la serie carvalhiana es la comida, entendida como forma de crítica social, pero también de introspección psicológica (1995). Y el propio Vázquez Montalbán confirmó el aspecto comunica- tivo y psicológico de la comida en su personaje en la introducción a Car- valho Gourmet: “Carvalho cocina por un impulso neurótico, cuando está deprimido o crispado, y casi siempre busca compañía cómplice para comer lo que ha guisado, para evitar el onanismo de la simple alimenta- ción y conseguir el ejercicio de la comunicación” (24).

El autor relaciona directamente el estado emocional del personaje con la necesidad de cocinar, casi como una reacción física incontrolable co- mo lo es una emoción que de otra manera el personaje, con evidentes dificultades para manifestar abiertamente sus sentimientos, no revelaría. La introspección de Carvalho es común no solo a su autor sino a una generación de hombres que tuvo en común una educación franquista en la que la expresión lingüística de las emociones era castigada y social- mente reprobada, como han afirmado investigadores como Iker Gonzá- lez-Allende (2015), Juan Sebastián Granada-Cardona (2019), Gonzalo Ramírez Macías (2014), Cecilia Macón (2014) y Miriam Sonlleva- Velasco y Carlos Sanz-Simón (2022), entre otros.

La capacidad expresiva y emocional de la comida, al prepararla, al hablar de ella, al degustarla e incluso al realizar la compra está presente ya en su primera novela, Tatuaje, en la que Carvalho se aprovisiona mientras le da vueltas al caso: “Salió Carvalho con el paquete de queso del Casar, Cabrales, Idiazábal, chorizos de Jabugo, jamón de Salamanca para todo comer y una pequeña muestra de Jabugo para las depresiones” (574-75). La relación entre el estado de ánimo y los alimentos ha sido objeto de estudio por parte de psicólogos, médicos, nutricionistas y neu- rocientíficos entre otros investigadores (Barcia Briones et al.) y existen numerosos trabajos en los que se comprueba cómo las emociones condi- cionan el acto de comer en las personas (Troncoso-Pantoja et al.). Está probado además que la preparación de alimentos de una determinada manera o la ingesta de otros, independientemente de su valor nutricional, son una herramienta para superar situaciones de tristeza o desánimo. Se trata de una decisión irracional, porque contrasta con la obsesión que tiene Carvalho con su cuenta bancaria o lo que él piensa serán sus aho- rros para la jubilación. Sin embargo, cuando se trata de comida carece de disciplina económica, para poder aliviar sus otras emociones por lo que privilegia un orden diferente de la realidad. Para Carvalho la mejor ma- nera de superar una depresión es poder comer jamón de Jabugo que compra para los momentos de mayor vulnerabilidad. Esta conducta afectiva se repite en otras novelas de Carvalho como Los pájaros de Bang- kok, como se desprende de la siguiente cita: “Tan parca compra no llenaba el vacío que le había dejado en el corazón la evidencia de que Celia Mataix y él no envejecerían juntos y decidió comprar o unos zapatos o un jamón. Hora extrema para los zapatos y en cambio aún llegaría a tiempo de comprar un jamón bien escogido” (46). Es indudable que el detective vuelve a acudir a la compra de su producto “fetiche” (el jamón) con el que compensa su supuesta frustración amorosa.

La intencionalidad pedagógica de la gastronomía en las obras de Vázquez Montalbán es notable. La investigadora Galina Bakhtiarova recoge las palabras del autor sobre cómo la gastronomía es un “tic” en las novelas de Carvalho donde ofrece recetas completas para “enseñar a comer al que no sabe” (75). Pero también es un recurso para romper con la narrativa del género, como el propio autor admitió en una entrevista que recuerda Aranda en el Epílogo conmemorativo del 25 aniversario de Carvalho en El balneario (1997): “Yo tengo mi método para romper con la tradición. Es el de dar una receta de cocina. El lector se pregunta: ¿qué pasa aquí? Lo que pasa se llama feedback. Soy el único novelista que habla de cocina con sus lectores”.

Se puede decir que Carvalho instruye a los lectores sobre aspectos de la gastronomía española tradicional: cómo distinguir un buen jamón, cómo combinar un vino con un plato o cómo elaborar un guiso; pero también se abre a otras gastronomías y deja impresa la huella del variado paisaje culinario de la Barcelona que vive tanto su autor como el personaje con platos como el arroz frito, los abalones con salsa y la ternera con salsa de ostras de un restaurante chino barcelonés en Los mares del Sur, o de los países que visita, como la mesa de arroz o rijsttafel de un restaurante indonesio de Amsterdam en Tatuaje y la fondue a la vietnamita, el sashimi y el pato a las hojas de té en restaurantes tailandeses de cocina vietnamita, japonesa y china en Los pájaros de Bangkok.

La aparición de algunos de estos platos en las novelas de Carvalho tiene también un simbolismo paratextual enraizado con lo emocional. En La soledad del manager Carvalho explica lo que debe ser una sopa ostras y con qué se debe tomar, pero al detectar que es de lata demuestra su total desprecio —el mismo que tiene por su interlocutor y compañero de mesa, Rhomberg (inspector general de la Petnay en Estados Unidos)— a través del gesto de no acompañarla de un vino tal y como es preceptivo para una verdadera sopa de este estilo (28-30).

El menú que pide en uno de los más selectos establecimientos de alta cocina de Madrid, el Jockey, en Asesinato en Prado del Rey, muestra su independencia y lo confronta con el mundillo televisivo que le rodea. Carvalho hace un pedido de muy buen gusto, abundante pero no exagerado, en el que demuestra un conocimiento gastronómico que de forma paratextual se puede interpretar como una lección de comportamiento para quienes alardean de ser expertos en cine. Carvalho examina la carta y pide dos de los platos clásicos del restaurante —el pastel de puerros y el brioche con foie al tuétano de buey—, maridados con un vino tinto Valbuena del 82, que remata con una tarta de frambuesas, una copa de Fine de Bourgogne con el café y un cigarro puro Lusitania Pertegaz (68).

En La rosa de Alejandría se percibe su entusiasmo con el queso camembert rebozado con confitura de tomate —plato inventado por el chef catalán Antonio Ferrer del restaurante barcelonés La Odisea— y que comparte con Biscuter y Charo a los que invita a la mesa con un menú seleccionado por él mismo. Biscuter es quien pone las palabras de agradecimiento y elogio de la cena mientras Carvalho se mantiene en su ha- bitual silencio, es decir, sin participar del diálogo (40-41), aunque inevitablemente el lector puede leer entre líneas su gran satisfacción.

En el comienzo de Roldán ni vivo ni muerto, el detective mantiene su silencio mientras ingiere asados grasientos y vinazos con demasiado sabor a madera que describen metafóricamente la política que se hace en Madrid y con la que “había que tragar” (24-25). En definitiva, se repite en esta novela la crítica social hacia las personas que tienen dinero y poder, relacionada por el autor en otras novelas como Los mares del Sur con nefastos hábitos alimenticios, librando así su particular lucha de clases en la mesa, como ha explicado Saval (389).

Las descripciones de platos o las recetas detalladas en las novelas de Carvalho dejan de ser meras instrucciones o frías descripciones para convertirse en una manera de transmitir la idiosincrasia y las emociones y sentimientos del detective. Otro ejemplo de la cocina como herramien- ta emocional lo encontramos en la novela Quinteto de Buenos Aires:

En el comedor la mesa está puesta. Un solo plato, un solo cubierto, una ca- zuela de arroz con bacalao, la botella de vino destapada, el vaso. (…) Al vol- ver la vista hacia la mesa cree percibir el reclamo del aroma del guiso, pero no le despierta otro sentido que el de la nostalgia, un fogonazo en el que se quema la figura de su abuela con una cazuela similar entre las manos. Luego meterá el tenedor en el arroz y le sabrá a exilio, como si faltara algún requi- sito para ser igual al plato de su memoria (75).

En este fragmento se observa cómo el guiso —arroz con bacalao— forma parte de la memoria e identidad del personaje y de qué manera emplea la poderosa y brillante imagen de un “fogonazo” como un flashback a través del fogón de la cocina al pasado emocional, que trae a la luz fantasmas del recuerdo. El plato deja tal desazón en el detective como “la carta a Charo tantas veces interrumpida” (75).

La emoción de la nostalgia es muy importante en la serie de Carvalho y se expresa, como acabamos de leer, también a través de la comida. En “Pan blanco y aceitunas negras: Gastronomía y memoria cultural en Manuel Vázquez Montalbán”, Colmeiro (2019) estudia preci- samente esta relación entre memoria y cocina en el autor. En su relato “Desde los tejados”, recogido en Historias de padres e hijos, el detecti- ve, que se ha mostrado toda la narración anegado en nostalgia, come un plato que le recuerda a su abuela mientras debe “tragar” con el difícil futuro de un muchacho de la calle:

—Señora, estas lentejas son tan buenas que quisiera medio cucharón más.
Se lo pone maquinalmente y se reconcentra la señora Rosita en una reconsi- deración de la situación.
—Me voy.
Lo ha dicho el chico.
—¿A dónde te vas?
—A mi esquina. Me he puesto de acuerdo con dos de la calle San Clemente y trabajamos la esquina de Urgel con Floridablanca. Aguanta más el semáfo- ro.
Ni Carvalho ni la vecina hacen nada por detenerle. Carvalho piensa: mierda, pero dice:
—Señora, a usted las lentejas le salen más buenas que a mi abuela. (66-67)

En otras ocasiones, la comida leída de forma paratextual y desde los afectos puede llegar a mostrar también su sentimiento de frustración. Tomo como ejemplo la descripción de la preparación y presentación de las berenjenas de Los mares del Sur que anticipa a través del narrador la comunicación emocional del detective. Transcribo a continuación el fragmento en su totalidad con el objetivo de apreciar cómo pasa de cuidar a Yes, a través de la elaboración mimada de la receta, al desconcierto por la falta de comprensión por parte de la chica de su trabajo culinario, que para él es una forma de protección:

Cortó tres berenjenas en rodajas de un centímetro, las saló. Puso en una sar- tén aceite y un ajo que sofrió hasta casi el tueste. Pasó en el mismo aceite unas cabezas de gambas mientras descascarillaba las colas y cortaba dados de jamón. Retiró las cabezas de gambas y las puso a hervir en un caldo corto mientras desalaba las berenjenas con agua y las secaba con un trapo, lámina a lámina. En el aceite de freír el ajo y las cabezas de las gambas fue friendo las berenjenas y luego las dejaba en un escurridor para que soltaran los acei- tes. Una vez fritas las berenjenas, en el mismo aceite sofrió cebolla rallada, una cucharada de harina y afrontó la bechamel con leche y caldo de las ca- bezas de gambas cocidas. Dispuso las berenjenas en capas en una cazuela de horno, dejó caer sobre ellas una lluvia de desnudas colas de gambas, dados de jamón y lo bañó todo con la bechamel. De sus dedos cayó la nieve del queso rallado cubriendo la blancura tostada de la bechamel y metió la cazue- la en el horno para que se gratinara. Con los codos derribó todo lo que ocu- paba la mesa de la cocina y sobre la tabla blanca dispuso dos servicios y una botella de clarete Jumilla que sacó del armario-alacena situado junto a la co- cina. Volvió a la habitación. Yes dormía de cara a la pared, con los lomos al aire, Carvalho la zarandeó hasta despertarla, la hizo ponerse en pie, la con- dujo casi en brazos hasta la cocina y la sentó ante un plato en el que cayó una paletada de berenjenas al gratén con gambas y jamón.

—Reconozco que es muy poco ortodoxo. Normalmente se hace con bechamel químicamente pura y con menos sabor a gamba. Pero tengo un pa- ladar primario.

Yes miraba el plato y a Carvalho sin decidir un comentario, o tal vez sin despertar aún del sueño. Sumergió el tenedor en el magma tostado y lo retiró lleno de algodón sucio y humeante. Se lo llevó a la boca. Masticó re- flexiva.

—Está muy bueno. ¿Es de lata? (668-69).

Tras la detallada descripción de la receta por el narrador, en un estilo cuidado e intencionado que expresa el esmero y el cariño puestos en la elaboración del plato, habla Carvalho. Utiliza una frase en la que se excusa por no alcanzar la perfección y en la que se puede leer también su intención paternal de cuidado hacia la muchacha. No obstante, la inten- ción emotiva del hombre es incomprendida por la chica y hace que todo ese esfuerzo sea baldío. No solo se trata de una desconexión cultural y generacional entre ambos, sino de una frustración explícita que muestra su falta de comunicación, la misma brecha generacional que podría ocu- rrir entre padres e hijos. La intención cariñosa y protectora del detective demostrada a través de su cuidada cocina no ha sido comprendida por la chica. Esta incomprensión redondea aún más si se quiere el perfil de antihéroe del detective.

Carvalho, sin embargo, no cocina igual para Yes que para su vecino, Fuster, otro buen gourmet como él. Estos momentos son distintos y el lenguaje utilizado para la comida se torna más erudito e intelectual. Sus platos están preparados para su amigo con afecto, con un sentimiento de hermandad.

La educación sentimental

Carvalho, al igual que su creador, Manuel Vázquez Montalbán, es un superviviente transicional, uno más de la silenciada masa de desencanta- dos, y por ello símbolo de la contracultura (Sánchez Zapatero y Martín Escribà, 47), pero a la vez encarna ciertos valores de la masculinidad de los años setenta como el hombre duro, seguro de sus convicciones y con un gran autocontrol, que son herencia sentimental de los años del franquismo.

El personaje de Carvalho encarna estos valores de la masculinidad franquista incluso en Quinteto de Buenos Aires que constituye, según Wadda Ríos Font, “una experiencia emocional” gracias a la “transformación sufrida por el protagonista durante una investigación que finalmente lo enfrenta a los límites de la recuperación de la memoria” (2020, 103).

Las relaciones de Carvalho con las mujeres son rudas, sobre todo si hay seducción sexual. Y es entonces cuando la comida juega el papel estratégico de un lenguaje emocional, aunque, por otro lado, casi ningu- na de ellas lo suele comprender.

En el relato “El barco fantasma” —incluido en Historias de fantasmas—, Carvalho despliega toda su rudeza en la búsqueda sexual de Natalia. Sin embargo, y aunque tenga algo de egoísmo —en Tenerife no había comido como esperaba ni lo que deseaba—, el detective se presen- ta en su casa para cocinar un suquet —plato típico de la Costa Brava en Cataluña— hecho con un pescado habitual de las costas canarias, la vieja:

—Voy a hacer un plato catalán con pescado canario. ¿Ha oído usted hablar del suquet de la Costa Brava? ¿No? Esta noche va a probarlo hecho con este noble, veterano, honrado pez al que ustedes llaman vieja.
Sofríe Carvalho cangrejillos y luego los retira para hacer con ellos un caldo corto. En el aceite dejado pone ajos pelados, tomate, cebolla, sal, pimienta y cuando el sofrito está trabado añade patatas cortadas en láminas de medio centímetro y el caldo corto dejado por los cangrejos. Cuando las patatas ya están cocidas, sitúa las viejas dentro del caldo para que se cuezan lo justo y se aromaticen por el sofrito y el aroma de los cangrejillos; ya sólo queda una picada de ajo y perejil, y cenar. (111-12)

Y comienzan a cenar, pero Natalia apenas lo prueba, así que nuevamente los esfuerzos culinarios de Carvalho son infructuosos, aunque, en esta ocasión, pese a su mal comer, ella “participa en el ritual comunicacional de la cena”. La mujer saca un vino blanco de Tenerife y le explica a Carvalho los diferentes tipos de mojos, salsas con las que se acompaña o adereza la comida en Canarias, pero, sobre todo, llega a comprender qué significa la gastronomía para el detective:

Ella ha conseguido un vino blanco de Tacoronte, para que no diga que no ha probado vino canario, pero tiene en la recámara un Sancerre por si a Carval- ho no le gusta el vino indígena. Pero a él le gusta, porque nada hay tan re- confortante como comer y beber lo que producen los cuatro horizontes que te rodean.

—Usted sólo abandona el cinismo cuando habla de cocina.
—Es el único saber inocente que conozco. Cualquier otro saber es peligroso. (111-12)

Esta brusquedad se va aplacando novela a novela y aunque mantiene el perfil hasta la última novela, sí que se pueden apreciar cambios en obras como El hombre de mi vida, en la que el personaje de Yes regresa veinte años más tarde, ya con vida y cierta cultura culinaria. La mujer tiene “la desesperada demanda de que los ojos, si no los labios, de Carvalho le hablaran de amor” (216). Algo que, por supuesto, no sucede, pero Carvalho le regala el gesto que ella acoge con felicidad: la cubre con la manta tal y como quiso rodearla con el guiso humeante hacía veinte años. De hecho, estuvo a punto de decirle “te quiero como quien se lanza al vacío”, pero se contuvo porque ese hombre seguía evitando mostrar su vulnerabilidad a través de las emociones: “Carvalho piensa que en el fondo de aquel abismo ya estaba dibujada la silueta de la víctima. Era la suya” (216).

Otra demostración de su sensibilidad emocional contenida o no mos- trada a sus interlocutores, aunque sí a los lectores, es su amor por su perra Bleda, que es brutalmente asesinada en Los mares del Sur. En esta novela Carvalho aún no va a verbalizar su sentimiento y opta nuevamente por el lenguaje gastronómico para sublimar el dolor de su muerte: “Se bebió una botella de orujo helado y a las cinco de la madrugada le despertaron el hambre y la sed” (876). Bleda reaparece en otras novelas de Carvalho como en El hombre de mi vida en la que recuerda a su perra diciendo:

—Es curioso, pero a veces cuando te recuerdo entonces, hace veinte años, junto a nosotros aparece aquel cachorro que tenías.
—Bleda.
—Bleda, sí. ¿Qué fue de Bleda?

—Me la mataron.
Los dos cerraron los ojos como si les doliera la muerte de un perro, ahora, y era cierto, Bleda acababa de volver a morir, recuperaba Carvalho el tacto de cartón de la piel del animal degollado y la secuencia de su sepultura en la tierra del jardín de Vallvidrera, allí estaban sus restos, ante los que se detenía a veces y pronunciaba el nombre del animal como se pronuncia el nombre de una ausencia y se recuerdan las más irremediables injusticias, las biológicas (149).

También la recuerda en Quinteto en Buenos Aires (237) en donde además admite en un diálogo su amor por los animales, así como en El delantero centro fue asesinado al atardecer (283 y 287) y en La muchacha que pudo ser Emmanuelle, un relato por entregas publicado en El País en el que el narrador dice lo siguiente: “El asesinato de la perrita Bleda permitió a Carvalho, hace ya veinte años, descubrir que no hay dolores menores, adaptados al tamaño convencional de la muerte” (1997).

Según Luis García Montero, el entierro anticipado de la perra Bleda es definitivo para conformar la coraza emocional del personaje. En el prólogo a Puente aéreo lo explica de la siguiente manera: “Ese entierro, entre otros muchos, le ayudó a comprender las diferencias entre la justi- cia y la injusticia, entre el amor y la maldad. Pero, al mismo tiempo, reforzó su voluntad de persona solitaria, con miedo a asumir dependencias sentimentales” (15-17). Para García Montero esta es incluso la explicación de la relación de Carvalho con Charo, una persona que tiene claro que continuará ejerciendo la prostitución y que no vivirá con su novio. Una independencia que conviene a quien no quiere implicarse demasiado emocionalmente. En la serie, el detective suele tratar con rudeza y silencios a Charo, excepto cuando cocina para ella o la invita a un restaurante o a cenar a su casa. Ella se siente generalmente con poco apetito y algo desganada, lo que demuestra simbólicamente la falta de comunicación emocional en la pareja.

Es inevitable relacionar la educación franquista de Carvalho con la del escritor, a la vez que también se podría identificar el deseo de ambos de pasar página y encarnar los valores de la contracultura y del antifranquismo que desdeñaban la estructura jerárquica patriarcal y apostaban por una visión horizontal de la sociedad. Sin embargo, la carencia de una comunicación afectiva siguió siendo tónica habitual entre los hombres y su relación con las mujeres, quienes fueron educadas en la fragilidad y la abnegación y como el sostén emocional de la familia, aspectos que se creían propios de su género (Ramírez-Macías, 2014).

Además, el machismo formaba parte del relato social de la época y lo podemos observar en las novelas de la serie en las que el detective se apropia de una actividad habitualmente destinada a las mujeres como es cocinar, en un acto de rebeldía, pero no se menciona en ningún momento quién limpiaba utensilios y cazuelas utilizados. Sin embargo, era un hombre que vivía solo y cocinaba. Hoy nos parece de lo más normal, pero en los años setenta del siglo pasado, un hombre que no viviera con una mujer siempre iba de restaurantes, porque no estaba entre sus cuali- dades curriculares la de cocinar. Así lo da por hecho un personaje feme- nino (Rosita) en “Desde los tejados”, cuando le dice:

—No hay nada como la comida casera. ¿Está usted casado? —No.
—O sea que va por ahí, de restaurantes.
—Sí. Bueno, con frecuencia.

—Pues hágase mirar el hígado y el estómago. La cocina de restaurante es una porquería. (66)

Pepe Carvalho rompe culturalmente con este precepto machista tan instaurado en la sociedad española y que todavía hoy pervive en las ge- neraciones de hombres que vivieron como niños y jóvenes los últimos años de la dictadura franquista, como corrobora el trabajo de investiga- ción a través de fuentes orales realizado por Miriam Sonlleva-Velasco y Carlos Sanz-Simón (2022).

El propio Manuel Vázquez Montalbán explica a Andrea Camilleri en una conversación pública recogida en el libro Conversaciones sobre la escritura que “en una época en la que era muy difícil que un niño pudiera entrar en la cocina porque se pensaba que esta pasión fuese premoni- ción de una conducta sexual peligrosa, para mí era casi obligatorio entrar por razón del trabajo de mi madre” (2021, 29). Además, la cocina tiene también otra simbología política pues en esta misma conversación admite irónicamente que “tras asaltar el Palacio de Invierno hemos asaltado la cocina. Hasta 1975 o 1976, muchos compañeros del Partido estaban dispuestos todavía a asaltar el Palacio de Invierno e incluso el cielo. Poco después comenzaron a preocuparse por los buenos vinos y por si era mejor el Rioja del 63 o el del 64, y de cosas por el estilo” (2021, 9).

Poner a Carvalho a cocinar es añadir una contradicción más al perso- naje, que en este gesto materializa la subversión de los preceptos patriar- cales tradicionales y el deseo transicional de un cambio hacia una nueva forma de vida en la que había que romper con la educación franquista.

Germán Labrador Méndez comenta en su libro Culpables por la literatura que una de las fórmulas de ruptura con el franquismo durante la Transición española fue “el ansia de literatura ilimitada” (212) o voracidad lectora mediante la que se buscaba, citando a Vázquez Montalbán, “otro mundo, otra realidad” (212). Este investigador expone la necesidad que tuvieron los jóvenes españoles durante la Transición de “adoptar una identidad nueva, forjada en el rechazo de la sensibilidad franquista” (117) y de enfrentarse a formas de vida hegemónicas, entre ellas “la masculinidad franquista” (125). La opción de ponerse a cocinar y comprar en el mercado podría ser una manera de ruptura para quienes como Manuel Vázquez Montalbán querían construir otra realidad, aun siendo consciente de las limitaciones que la propia educación dejó para siempre en muchos de estos hombres debido a lo que González Allende identifica como “el modelo normativo de masculinidad (en el franquismo), por el cual un hombre debe ser independiente y evitar la ternura y la expresión de las emociones” (124).

En este árido paisaje, Vázquez Montalbán rompe el modelo con un personaje como Carvalho que muestra una gran sensibilidad, pero a tra- vés de la cocina y su comunicación paratextual, desde los afectos y el giro emocional. Esta faceta ha sido considerablemente incomprendida, incluso por el propio continuador de la serie, Carlos Zanón, quien mucho antes de tener este ofrecimiento por parte de la editorial Planeta y la familia escribió el prólogo de Carvalho: relatos en el que incluía el subtítulo “NO COMIDA” (así, en mayúsculas) en el que admitía:

Cuando llegan las recetas en las aventuras de Carvalho me las salto. Una vez pillado y saboreado el irónico ajuste de cuentas hardboiled chandeleriano: hot dog, whisky y cafetería con aguachirri en vez de café contra pies de cer- do con nabos negros, Gramona Brut Nature y Casa Leopoldo, yo, como lec- tor, ya me daba por satisfecho. La subversión de géneros, de clichés. Pero una vez encontrada la bandera y colocada en la colina del enemigo, la olvi- damos, ¿no? Pues no (3).

Por ello puede ser interesante realizar un nuevo trabajo en el que se analice desde las teorías de los afectos la novela de Zanón Carvalho: Problemas de identidad y comprobar el cambio que provoca en el personaje dejar de lado el lenguaje gastronómico como herramienta emocional en Pepe Carvalho. En una primera lectura, el detective en manos de Zanón resulta más emocional, poeta y adolescente en un cuerpo decrépi- to, haciendo justicia así a un “Pepe Carvalho (que) jamás fue un adolescente porque el franquismo se lo impidió” (Vergara, 2016).

Conclusión

La gastronomía utilizada narrativamente como recurso emocional repre- senta uno de los grandes atractivos de la serie carvalhiana para los nue- vos lectores aficionados a la gastronomía. Es necesario indicar, sin embargo, que en el momento actual, los restaurantes que menciona o están cerrados o han cambiado radicalmente, los platos de los que habla están ya pasados de moda o sus recetas han cambiado para aligerarse conforme a la contemporaneidad. Es más, la cocina de la que habla y los vinos que toma, ya ni existen ni volverán y podría parecer incluso que su crítica social a través del banquete ha caducado, puesto que se pierde gran parte del contexto para los jóvenes que lo puedan leer en el presente. Sin embargo, sigue siendo un personaje que continúa cautivando seguidores entre hombres y mujeres y considero que una de las principales razones se encuentra en la capacidad comunicativa y emocional de su cocina. Uno de esos nuevos adeptos es el periodista David Remartínez que explica su pasión por el escritor en el libro La puta gastronomía (2020, 82).

En conclusión, la gastronomía no es un mero acompañamiento literario ni un capricho de Manuel Vázquez Montalbán en las novelas protagonizadas por Pepe Carvalho, sino que forma parte importante de la construcción del personaje visto desde las teorías de los afectos y, ade- más, forma parte de la manera de comunicar sus emociones, como hemos podido comprobar en los ejemplos ofrecidos. Esta sensibilidad gastronómica continúa siendo hoy en día uno de los pilares por los que la narrativa de Vázquez Montalbán supera el paso del tiempo y continúa seduciendo a nuevos lectores atraídos por el universo gastronómico del personaje.

 

Para Citar este artículo: Acosta, Y. (2023). La comunicación gastronómica y emocional de Pepe Carvalho. MVM: Cuadernos de Estudios Manuel Vázquez Montalbán, 7(1), 88-104.

 

Bibliografía

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